Ni siquiera es la
bala, ese metal forjado para hacer daño.
Ni siquiera es el
dedo, masa de huesos y piel, tentáculos para la existencia.
Ni siquiera es el
cerebro, máquina capaz de controlar acciones de ese templo.
Tal vez es esa
pizca, ese instante, un reflejo de no sé qué,
que se cierne en un
tiempo – espacio no predeterminado.
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